Pescadoras de Wilches, guardianas de una tradiciĆ³n
āTiene una playa que es un primor y hace un contraste con la nevada, ese paisaje es un panorama se queda preso en el corazĆ³nā, asĆ describe Alejo DurĆ”n en su vallenato al rĆo Magdalena, al de las aguas color oro que nace en el pĆ”ramo de las papas, a mĆ”s de 3.600 metros de altura, recorriendo 120 municipios y 8 departamentos y que ha inspirado pasillos, bundes, cumbias, porros y vallenatos.
Desde lo alto parece un brillante ojo abierto rodeado de montaƱas forradas de frailejones y nadie lo conoce mejor que sus pescadoras, quienes de generaciĆ³n en generaciĆ³n se han aventurado a diario al vaivĆ©n de sus aguas.
Las canoas van y vienen entre las corrientes del Magdalena, incluso en dĆas lluviosos donde el sol no alumbra y las tormentas arrasan con animales, rocas, tierras y chozas, las mujeres se adentran valientes a domarlo con una atarraya en mano que lanzan con fuerza; en el aire la red se ve como una gran falda que arropa las profundidades del rĆo y recoge entre sus hilos parte del manĆ” que resguarda.
Pero en el verano pescar se convierte en la gloria. Las aguas bajan su nivel creando playas que generan subiendas de ejemplares, volviƩndose el sustento de hogares donde las mujeres salen a las 4 de la maƱana a enfrentarse a las corrientes.
Para ellas la pesca artesanal no solo tiene un valor econĆ³mico, lo cultural tambiĆ©n marca la ruta, aunque haya disminuido de una manera abrupta, ellas saben que, aunque falte el dinero, las aguas del Magdalena le entregarĆ”n siempre alguna presa para cesar el hambre.
Es la maƱana del 6 de marzo y los primeros rayos de sol empiezan asomarse en el Barrio de Los Pescadores, donde el patio trasero de las casas es el rĆo Magdalena. En una de ellas se asoma Ana MarĆa HernĆ”ndez, una mujer de 1.65 centĆmetros de estatura, brazos firmes y piel morena, que levanta su mano para saludar.
Afuera de su casa con un nailon blanco enredado entre sus manos Ana va tejiendo la red de pesca, la misma que utiliza hace 35 aƱos junto a su hijo, saliendo tres veces por semana en su pequeƱa canoa impulsada por un motor Jhonson, a recolectar la producciĆ³n, pues su esposo era el principal proveedor del hogar y tuvo que retirarse a causa de la ceguera que dificultĆ³ su trabajo en el rĆo.
āA las 4 de la maƱana nos levantamos para alistar todo en la chalupa, los baldes, la atarraya, carnadaā¦ Luego mi hijo va prendiendo el motor de la canoa asĆ se va calentando, mientras yo voy subiendo las cosas. AhĆ arrancamos paāl rĆo. No todos los dĆas son buenos, a veces lanzamos hasta seis veces la red pero no sale nada.
Cuenta Ana mientras arregla uno por uno los pescados que su esposo llevarƔ al puesto que tienen en la plaza de mercado de Puerto Wilches. Para ella la pesca pasa de ser un oficio, es la vida, es mƔs que solo el sustento de su hogar.
āA mĆ me gusta mucho pescar y desde muy niƱa lo hagoā, dice recordando que la primera vez que zarpĆ³ a pescar tenĆa 10 aƱos y se adentrĆ³ en las aguas de rĆo con sandalias de goma, balde y atarraya. Luego fue muchas veces acompaƱada de su padre, a quien llama āmaestroā, para hacerle cacerĆa a los bocachicos, bagres rayados, blanquillos y doncellas que habitan el agua dulce.
Su padre siempre le inculcĆ³ el valor de la riqueza del paĆs y estos mismos conocimientos son los que ha expandido a travĆ©s de la asociaciĆ³n que lidera enseƱando a niƱas y madres cabeza de hogar que ser mujer pescadora va mĆ”s allĆ” de ser un oficio, es una cultura y una tradiciĆ³n.
Este oficio es una labor que enfrenta dificultades que van desde el peligro de navegar en las noches tormentosas, hasta encontrarse de cara a cara con la discriminaciĆ³n por parte de los hombres que tambiĆ©n lo practican, muchas veces los mismos que habitan en sus hogares.
***
En los Ćŗltimos aƱos se han consolidado doce asociaciones pesqueras en Puerto Wilches, a estas se han unido mĆ”s del cincuenta por ciento de las mujeres que pescan en el municipio āunas 25ā, y asociadas trabajan en proyectos sociales, talleres, y reciben ayudas humanitarias que les permiten tener garantĆas a la hora de ir a pescar.
La pesca artesanal cobra un valor cultural entre ellas, aunque haya disminuido de una manera abrupta, Martha Lidia Cozano de Arco y Ana MarĆa HernĆ”ndez trabajan desde Asovespez procurando apoyo en las problemĆ”ticas ambientales y sociales de las pescadoras de la regiĆ³n. Junto a ellas laboran asociaciones universitarias como la Universidad AutĆ³noma de Bucaramanga, que mediante proyectos sociales han fortalecido la pesca en Puerto Wilches.
En las afueras de la plaza del pueblo, con una carreta color verde llena de pescado, Martha Lidia Lozano descama algunos de ellos con un cuchillo, mientras los clientes esperan por su pedido, su esposo quien la acompaƱa va recibiendo el dinero de las ventas.
Su jornada de trabajo empieza a las cuatro de la maƱana antes de que sus seis hijos se levanten para ir a clases. Martha sale junto a su esposo, se montan en la canoa y se dirigen a buscar ese pedacito de rĆo que les darĆ” lo suficiente para mantener su hogar. Cuando el reloj marca las seis de la maƱana regresan y alistan los pescados en neveras de icopor con hielo.
A la par, prepara y sirve el desayuno a sus hijos. Juan, su esposo, va arreglando la carreta y afilando los cuchillos. A las 7 de la maƱana ya estarĆ”n vendiendo los pescados del dĆaā¦ AsĆ se resumen las semanas de trabajo. A pesar de que el sacrificio es grande Martha comenta que no dejarĆa su trabajo por otra cosa, desde los seis aƱos lo aprendiĆ³ y es lo Ćŗnico que sabe hacer.
Esta ribereƱa se destaca por su esfuerzo y sacrificio, pero su esposo āque recibe el apoyo permanente de su parejaā, dice que āesto no es una labor para las mujeres y es mejor tenerlas en casa atendiendo el hogar, no dentro de una canoa, pues segĆŗn Ć©l solo atrasan el trabajoā.
En el pueblo donde el sol calienta a 35 grados centĆgrados, el rĆo transporta historias y las abuelas dicen que āel que come pescado se hace inteligenteā, mujeres como Martha Lidia siguen trabajando en procesos de la recuperaciĆ³n de la cultura pesquera que las identifica porque consideran que es parte de su identidad wilchense.
En la regiĆ³n del Magdalena Medio la pesca artesanal es considerada una actividad dominada por los hombres, aunque el aporte de las mujeres ha estado presente, el rol femenino sigue invisible y no se le reconoce su importancia. Por el contrario, han sido reducidas a espacios domĆ©sticos y de trabajos informales que se vinculan a labores de cuidado y reproducciĆ³n, asĆ como la recolecciĆ³n de orilla ā donde se practica la pesca a orillas del rio por medio de caƱas de pescarā, y la comercializaciĆ³n.
āHoy en dĆa las mujeres pescan por que el marido las lleva, no porque ellas quieran, pues el trabajo de pesca no lo hace cualquiera, menos una mujer ā, dijeron algunos pescadores del pueblo mientras desembarcaban la faena que habĆan ido a recolectar durante la madrugada.
Esto sigue ampliando la brecha de la discriminaciĆ³n y poca aceptaciĆ³n de la mujer en esta labor, algo que es evidente, incluso, desde sus propios cĆ³nyuges, como le sucede a Lidia lozano, pues su esposo dice que ātimonear se vuelve una tarea difĆcil para algunas de ellas, es muy raro ver a una mujer pescar, no cuentan con la fuerza necesaria como la tenemos los hombresā.
Actualmente el panorama de la pesca artesanal en las mujeres en Puerto Wilches no es tan fuerte, como lo aseguran algunas de ellas. Comentan, ademĆ”s, que algunas de las que fueron criadas con la tradiciĆ³n no pueden ejercer este tipo de labor por sus condiciones de salud, sin embargo, desde la comercializaciĆ³n siguen inmersas en esta cultura y recuerdan sus dĆas navegando el rĆo